«Aunque me falte el aire, yo siempre doy batalla» – GENTE Online
 

"Aunque me falte el aire, yo siempre doy batalla"

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Con los acordes de Rosa, Rosa –canción que no canta, por pura estrategia– cae el telón. Más de 3500 personas de pie todavía lo reclaman. Pero el show ha durado algo más de dos horas: es tiempo del reposo. El ídolo ha revalidado sus medallas una vez más y dobló la apuesta: se rió de sí mismo y del enfisema que lo tiene a maltraer. Mostró el tubito de oxígeno adherido al micrófono, y para los que no le creyeron, apuntó con él hacia su pelo para demostrar que se mueve por el aire.

Sandro ya está en su camarín, se ha cambiado la bata y ha abierto la botella de su Dom Perignon. No necesita oxígeno aquí, ni nunca fuera del escenario. No necesita más que lo que es: una persona aún más interesante que sobre el escenario. Que desgrana su pasado y su presente con humor y sentimiento de barrio, porque sabe que el barrio –además de llevarlo muy adentro– le sienta bien, le da una sabiduría irrefutable. ¿Va a abandonarlo ahora?
A lo mejor con el tiempo, no por una cuestión paqueteril (finge la voz),
me mude a un piso por un problema de mantenimiento y uso. El 19 de agosto voy a cumplir 56 años y creo que muchas cosas no me hacen falta. Media casona de Banfield ya no uso. Yo tenía 23 años cuando la compré. ¿Te imaginás un pibe a los 23 años con siete autos –Jaguars, Mercedes– y esa mansión?”. Se ha puesto nuevamente su reloj
Cartier (que se saca al actuar, por cábala), lleva la gruesa pulsera de oro que tanto brilla sobre el escenario (y que ha hecho fundiendo cientos de medallas de sus fans), el mismo anillo de oro en su meñique (“Una grasada maravillosa”), con su signo, Leo, y con el primer sorbo de champagne se apresta a ser Roberto Sánchez, nada menos. Y a demostrar que invirtió más tiempo de su vida en construir al hombre que al mito.

–Después de tu problema de salud, ¿empezaste a valorar más la vida?
–¿Y qué te parece? Yo siempre digo que los seres humanos valoramos las cosas una vez que las perdemos. Yo agradezco el hoy, el día. Uno cuando era pibe comía piedras y no se daba cuenta. Hoy comés una aceituna y tenés que tomar 42 remedios para el hígado. Agradezco poder ver el sol todas las mañanas cuando me despierto, el olor de las tostadas cuando me levanto, y mi gato cuando se sube a mi falda. Todas estas cosas tienen ahora más significado.

–¿Seguro ni un cigarrillo más, ni uno a escondidas?
–Perdí la salud, tengo un enfisema. Yo he trabajado durante 42 años artesanalmente, porque prender un pucho era una cuestión que parecía artesanal. Fumé dos paquetes por día y podía llegar fácil a cuatro. Había empezado a disminuir porque ya me faltaba el aire. Llegué a tener 7 cigarrillos, cada uno con la hora anotada. Tenía ganas de fumar y decía:
No, faltan 10 minutos para que me toque el de las 8”. Hasta que un día, un 10 de mayo de hace cuatro años, subí los siete escalones de mi casa que me llevan a mi dormitorio y me quedé sin aire. ¿Sabés lo que es eso? Tardé dos minutos exactos para recuperar el aire. Una eternidad. Mi mujer y Charly, el hijo mayor de ella, estaban atrás sosteniéndome. Cuando llegué al baño, me apoyé en la mesada y vi en el espejo que me iba poniendo azul. No es un chiste: no tenía nada, absolutamente nada de capacidad pulmonar. Pensé:
Bueno, será. Llegó. Padre, hacé tu voluntad”. En ese momento no se piensa más que en vivir. Abrí un poquito la ventana del baño, hacía un frío impresionante, asomé la nariz, y empecé a respirar. Al principio fue una ráfaga chiquitita, después fue más grande. Duró diez minutos, fácil. Ahí decidí. Me quedan dos: o prendo otro cigarrillo y me voy, o me dejo de joder y me quedo.

–Decidiste quedarte.
–Decidí quedarme. Fijate que el impacto psicológico y emocional fue tan grande, que desde ese día no volví a probar un solo cigarrillo. No lo deseo, pueden fumar 30 mil alrededor de mí que no tengo ganas. Sí me afecta el humo.

–¿Soñás a veces con el cigarrillo?

–Sueño a veces que no lo puedo fumar. Si alguien me ofrece un cigarillo, o se rompe o está mojado. Me van a dar fuego y no hay fuego. Esto fue lo mejor que me pudo haber pasado. Llegué a tener nada más que el 12 % de capacidad pulmonar. Nada. Corté y punto. La decisión fue una vez y para siempre. Eso sí, me dio la ansiedad y entré a comer. Con esta onda de la globalización, me globalicé. Para dar vuelta alrededor de mí hay que pagar peaje. Yo hoy no puedo creer que haya fumado. Pienso: ¿cómo es posible que haya fumado? Como si te dijera: ¿Yo tuve un romance con Sofía Loren?

–¿Te hacías placas de pulmón cada tanto?
–Sí, de bronce (risas). No, no le daba bola. Un día empezás a agitarte. Pero okay, vamos a seguir. Y como lamentablemente tuve la desgracia con suerte de que nunca me afectó la voz, seguí. Si no, a lo mejor habría dejado de fumar 20 años atrás.

–¿Y ahora te convertiste en un pastor que sataniza a todos los que fuman?
–No. Para nada, al contrario. Cuando uno sabe lo que es la adicción, no vas a meterle el dedo en la llaga a otro adicto. Cuando me aconsejaban:
No fumes más, te estás destruyendo”, zas, yo le prendía en la jeta un pucho al otro. Ahora sí, cuando los veo agitados les digo:
Mirá cómo terminé yo”. Nada más que eso.

–¿En qué consiste tu rehabilitación?
–Hago una hora de cinta en casa, tres veces a la semana, hasta morir. Sin eso, no podría hacer estos recitales. Bajé 10 kilos, aunque te parezca mentira. Imaginate cómo estaba. Me comía todo. Hacía la dieta de la luna: cuando hay eclipse, no como. No, en serio, como poco, una vez por día, a la noche. No sé de dónde sacaron esa huevada de que me desayuno con champán y sándwiches de miga. Eso debe de ser asqueroso como desayuno. Yo tomo juguito de pomelo y té. Nunca jamás como sándwiches de miga, no me llaman la atención. Masticar eso... Un canapecito, un quesito, sí. Soy más de un buen queso Brie con un poquito de pimienta, para que te pongas más cachandón (risas). Un poquito de bon vivant. Entiendo algo de vinos, tengo una pretensión, pero al lado de Vidal Buzzi no soy nada. Tengo al doctor Guevara por ahí, que es mi quinesiólogo rehabilitador. Me hace praticar ejercicios para aumentar la capacidad pulmonar. Ahí hay mucho trabajo con la pelota, tenés que levantarla y respirar. Es una pelotita de dos kilo
s. Al primer minuto no pasa nada, a los dos minutos pasa un poquito, y a los 4 minutos ya pedís por tu madre. Te sentís como Sammy, la foca loca.


–Dijiste: “No compro lo que vendo”. Explicame.

–Yo hago “de”. Trato de hacerlo muy bien. Si yo me comprara ese tipo que está parado ahí arriba del escenario, que tiene una actitud omnipotente, omnipresente, si yo me lo creyera, ¿te das cuenta el pedazo de pel… que sería? Lo que pasa es que lo hago muy bien, y me divierte, ojo. Ese personaje me encanta. Porque es un poco lo que a todo tipo le gustaría hacer. Jugar un ratito a matar. Pero mi casa es mi casa, y lo demás es otra historia. El show es el show. Pero creo en lo que hago: hacer feliz a la gente. ¿Viste cómo salen las chicas? Como Favaloro después de haber hecho una operación exitosa del corazón. ¿Sabés la alegría que me da?

–Movimientos sensuales y sexuales. ¿Qué creés que les pasa a las chicas?
–Siento que abajo, en la platea, deben haber 450.000 ratones corriendo carreras (risas). ¿Qué miran, qué necesidades tienen, qué vacíos? Me intriga. ¿Miran cuando yo estoy moviendo la bata con la mano izquierda o miran el movimiento de la mano derecha, que es totalmente independiente? Hace mucho que las mujeres no escuchan de otras bocas las cosas que yo les digo. Que no les hablan de amor, de pasión, de deseo. La situación de la sociedad las ha llevado a salir a buscar trabajo y enfrentarse con los tipos en un terreno de desigualdad asqueroso. Y ha hecho que se pierda el romanticismo.

–Es extraño que a alguien que despierta pasiones volcánicas no se le haya conocido un romance estrepitoso que haya hecho hablar al mundo.
–¿El mundo de quién? De los demás. Porque en mi mundo… ¡sabés las cosas que pasaron! Secretos espectaculares, complicidades increíbles, canciones con destinataria cierta. Pero te lo voy a explicar rápido y sencillo. Hablamos de la palabra, hablamos del honor, hablamos del buen ser y del respeto.

–¿Por qué tanto ostracismo? No vas a restaurantes, ni cines ni teatros.
–Me acostumbré a vivir así desde hace muchos años. No me gusta mucha gente junta. Ahora puede ser que empiece a aparecer un poco más. Pero imaginate que en las condiciones físicas lamentables que yo estaba, salir era imposible. Caminaba 10 metros, llegaba resoplando, y no podía hablar. Si hay gente que no te conoce, y te ve en esas condiciones, ¿qué bola empieza a correr? Pero yo me llevo muy bien conmigo en mi casa. Tengo tranquilidad. No me aburro jamás. Uso mucho la computadora para componer y diseñar. Leo todos los manuales. No tengo Internet, no tengo e-mail. Me agarran los ataques y quiero componer para mí, música privada. Cuando uno compone para uno, saca afuera todo lo que tiene sin ninguna reticencia. Te jugás. Pensás que sos Juan Sebastián Sánchez. Por ahí es una porquería lo que hacés, pero vos te lo creés. Es un fantástico ejercicio musical. Uno dice ciertas cosas que antes no se animaba, ¿no? Por ejemplo, voy a jugar a hacer una pequeña suite para un cuarteto de cuerdas. Tengo más de 50 CD d
e Smétana, Bartok, Bach, Mozart, me gusta mucho la música étnica. Ahora que empecé a recuperar la salud, puede ser que haga cosas. ¿Sabés lo que es estar en tu casa en verano, mirar por la ventana de la biblioteca, ver que está todo el mundo en la piscina y vos no te podés meter? No podés dar dos brazadas que te falta el aire. Esas cosas te demuelen, te deprimen. Te agarra una depresión que te querés morir. Sobre todo, te invade una tristeza muy grande porque te sentís un discapacitado. ¿Cuándo se muere la gente? Cuando deja de respirar.

–Nunca te casaste como la ley manda. ¿Es así?
–Es así. Soy totalmente soltero.

–¿De verdad no te hubiera gustado tener un hijo para ver cómo es ser padre?

–No. En el pasado, por lo menos, no. Hoy a lo mejor me podría interesar un poco. Pero, bueno, la vida es lo que es y no lo que uno desea. Soy auténtico en todo. Fijate que no me tiño el pelo. A lo mejor me pinto un poco las patillas, porque como las tengo tan blancas en el escenario no se ven.

–Seguís en pareja con María Elena. ¿Qué te da ella?
–Paz. Una gran paz. ¿Pero sabés el laburo que me cuesta mantener la paz? (risas). Hace 20 años que estoy con ella. Lo mío es cuidar mi gente, para que puedan ser personas. Por eso no quiero que los fotografíen ni les hagan nada. Mi gente es mi señora, los hijos de mi señora y mis nietos, que son sus nietos. Porque ellos tienen la posibilidad de salir a la calle, ir a un negocio y pelear un precio. Y que nadie los joda. Y se van de vacaciones tranquilamente, y viven como personas.

–Aunque no lo digas, ¿hay algún secreto que no te atreverías nunca a confesar?

–No, no. Para mí me guardo historias que me han pasado. Con ciertos personajes, con ciertas señoras, con ciertos señores.

–“Soy como el sable de San Martín, me doblo pero no me rompo” dijiste. ¿Qué cosas te hicieron doblar?
–Yo siempre doy batalla. La muerte de mi madre, Nina. Se llamaba Irma Nidia, pero le decían Nina. Murió en el 92. Mi papá, Vicente, murió en el 67, a los 48 años. Mirá qué curioso, murió de triquinosis. Trabajaba en el frigorífico Swift. Tenía dispersión sanguínea por todo el organismo, y se le metió a los pulmones. Así que murió casi como muero yo, sin aire. El viejo se me murió en los brazos, viendo televisión, en una casa que teníamos en Lanús. Estaba Oscar Anderle todavía. Lo miró a Oscar, me miró a mí y se murió. Lo tomé del cuello, le preguntaba:
Papá, ¿estás bien?”, y le hacía respiración boca a boca porque estaba mi mamá adelante. Hice una buena actuación. Todo lo hacía para que mi madre no se diera cuenta y se muriera en ese momento. Porque mi madre siempre tuvo una salud delicadísima.

–¿Cómo era en la intimidad la relación con tus padres?

–Yo traté de devolverles a mis viejos todas las cosas maravillosas que me dieron. Me dieron el sentido del honor, responsabilidad, la palabra empeñada: si yo te doy la palabra, olvidate, acá no hay abogados, es entre vos y yo. El llegó a verme triunfar. En el 67, unos meses antes de que papá muriera, gané el Festival Buenos Aires de la Canción, y entré a la habitación donde estaban los dos muy enfermos. Tenía el Obelisco de Oro en la mano y les dije:
Miren lo que me gané”. El viejo vio que su fe en mí no había sido defraudada.

–¿Buen estudiante?

–Tengo primaria completa y primer año en el Nacional Mariano Moreno, del cual me fueron. Entré siendo buen alumno, y de once materias me fueron en nueve. No era para mí. Yo era un pibe muy callejero. No un pibe de la calle, cuidado: era callejero. Yo tenía una familia bien constituida, humilde, pobre, pero nunca faltó el amor. Por suerte fui a un colegio del Estado, que en esa época era maravilloso. El colegio República de Brasil de Valentín Alsina. Entré en lo que sería tercer grado. Cuando tenía 4 años, mi vieja ya tenía la misma enfermedad que hoy tiene Lolita Torres: artritis reumatoidea. Ayer le dediqué el espectáculo, y recién me acaba de llamar agradeciéndome. Yo la admiraba mucho (se emociona). Bueno, como en esa época no había jardín de infantes, yo iba a una maestra particular. Entonces empecé a escribir y a leer. Mis maestras sabían que yo llegaba en Matemática hasta la tabla del cinco. Porque rimaba “Cinco, por cinco, veinticinco”. Ya con la del 6 me llevaba como el traste. Mi vieja después me hi
zo socio de la Biblioteca Popular Sarmiento de Valentín Alsina, a la que íbamos todas las semanas a sacar libros. Yo leí todo: Salgari, Julio Verne, me leí Las mil y una noches en los cuatro tomos de la versión original. A los 14 años me acerqué a leer La náusea, de Sartre. No entendí ni una. Mucho más tarde leí El nombre de la rosa entero y lo entendí.

–¿Por qué empezaste a fumar a los 11 años?
–A los 11 ya era muy grandote. Parecía un pibe de 14. Entonces me quedé paria: no podía estar con los de 10 porque era un bestiún. Y para ganarme a los otros me tuve que ir al café, y empezar a fumar. Clifton sin filtro, sin papel, sin nada (risas). El café de Valentín Alsina se llamaba Pancho. Pancho era un viejo atorrante maravilloso que levantaba quinielas. Después te voy a contar la historia. Como yo era morocho, hacía de Sal Mineo. Te maté con esto, ¿no? Yo era el “choromo” del grupo (carcajada).

–¿La poca escuela es una asignatura pendiente en tu vida?

–A mí no me interesa ser un tipo culturoso. Dos de las cosas importantes que me enseñó el tener guita son: una, poder operar a mi vieja con dos médicos argentinos que mandé a buscar a Alemania y Canadá, para verla por primera vez derecha.
Mamá, vos sos alta”, le dije asombrado. Porque toda la vida había estado encorvada. Y la otra es poder comprar libros. Los que quiero: desde García Márquez hasta Jerzy Kosinsky. De este último recomiendo El pájaro pintado. Me pude comprar la Espasa Calpe completa. Tengo 114 tomos. Y tengo el diccionario de las etimologías. Y gozo y me divierto. A mí me enseñaron un cacho la calle y otro cacho los libros. Yo les cuento a mis nietos que la televisión no existía. Me preguntan: “¿Y cómo hacían?”.
Leíamos”, les contesto. Era maravilloso. Yo tuve maestras espectaculares. Soy hijo único. Quizá por eso soy tan amigo de mis pocos amigos.

–¿Y quiénes son tus pocos amigos?

–Algunos son del ambiente: Gianfranco Pagliaro, José Angel Trelles, Juan José Camero. Otros son anónimos que fui conociendo por la vida. Me engancho con la gente a veces por el humor, a veces por el silencio, la sabiduría, el intelecto. Pienso que cada persona tiene algo. Algo que uno puede compartir o algo que a uno le falta.

–¿Te molesta que algunos hayan dicho alguna vez que sos un poco grasa o nada fashion?

–¿Ser fashion? Ya se les va a pasar. Yo ya no me visto más fashion: me cubro. No estoy pendiente de la ropa. Antes sí, cuando tenía 23, 24 años, tenía un poquito de frivolidad. Pero cuando crecés, seguir así es peligroso.

–Soy un zorro viejo, dijiste. ¿Qué errores no comete un zorro viejo?
–Es muy difícil no cometer errores. Porque siempre hay una trampa que el zorro viejo no ve, y mete la pata. Nada es definitivo. La experiencia es ahora.

–¿Por qué vale la pena vivir?

–Creo que la vida es un proyecto permanente. Sin proyecto, no hay vida. Cuando conocí a la mamá de Federico Lerner, Lía, una señora grande, la convertí en mi ídola. Me dijo:
”Yo tengo la edad de mis proyectos”. Tengo casi 56 años y quiero entrar ahora en la edad de la fantasía. Debe ser la más divertida. ¿Qué idea loca se me ocurre? Tengo un proyecto que empecé hace años, pero no pude concretar por razones económicas: tener una empresa grande de espectáculos. Montar un gran estudio de grabación. Descubrir gente nueva. La tecnología ha avanzado tanto, que lo que antes te costaba 2 millones de dólares ahora con 10.000 lucas tenés en tu casa un estudio digital maravilloso.

–¿Alguna vez fuiste amigo de un presidente o visitaste la Quinta de Olivos?
–No. Jamás. Es más: ningún Presidente se pudo sacar una foto conmigo (risas). Yo no le canto a peronistas, ni radicales, ni comunistas ni conservadores: le canto a la buena gente. Con los años aprendí que la derecha y la izquierda se dan la mano atrás de la espalda. Y nosotros no lo vemos. ¡Viva Cervantes, el manco! Hay secretos que voy a llevar conmigo a la tumba. Sigo siendo un cruzado todavía.

–¿Y te llamaron para ofrecerte algún cargo?

–Soy un caballero. Pero me ofrecieron todo lo que te imagines. Si me quieren, que me paguen 40 millones de dólares. Uno por cada año que me costó a mí llegar a ser quien soy. ¡Me costó 40 años de pelearla para hacerme sentir, carajo, que uno es lo que es! No le debo nada a nadie.

–¿Cómo es tu relación con Dios?

–Soy creyente, absolutamente. Aunque no lo puedas creer, con esta cara que tengo (risas). Pero busqué toda mi vida aclarar ciertas posiciones que te dan las religiones, leí algo de religiones comparadas, me metí en el sufismo –siempre de ojito–, leí un poco el Corán, pero soy cristiano. Yo tengo una relación directa con El de arriba, pero de verdad. Rezo cuando no me ve nadie, me confieso con El todos los días, pero no voy a la iglesia. Me bautizaron de prepo, porque si no te bautizaban no podías entrar en el colegio. Mi viejo era anticlerical, una especie de ateo, para decirlo así. Y no tenía una buena relación con la Iglesia. Entonces se casó sólo por civil y no me hizo tomar la comunión. El tío de Ricardo Montaner fue mi maestro de la escuela particular.

–Después de esta serie de shows, ¿te vas a volver a encerrar otros dos años más?
–Por ahí, no. Si empiezo a respirar, empiezo a salir. A los 56 años me gustaría tener tiempo para hacer un recorrido por mi vida. Yo fui siempre muy feliz, porque de las heridas me llevaba las cicatrices. Y no guardo ningún resentimiento.

–Cuando la Parca te llame, ¿qué cosas creés que hiciste para mejorar este mundo?
–Le canté al amor, recordé que la pasión existe y que se puede morir de amor. ¡Canté boleros, mirá qué suicida! Pero mucho antes, también traduje las primeras canciones de protesta, como la horrorosa versión de Soplando el viento. Creía en ellas, creía que ayudaban a un mundo mejor. Anduve por el Village de Nueva York y escuché a John Hammon, que es un poco el padre de todo eso. Bob Dylan le debe unas cuantas cosas. Yo tengo una formación jazzística total. Yo soy un grone. Genio es Ray Charles, que tenía un idiota al lado en el año 53 llamado Quincy Jones, que le hacía los arreglos. Y me fui a ver a Bill Evans a un lugar donde todo el mundo tomaba hectolitros de whisky. Yo tenía 22 años. Estaba en la búsqueda.

–¿Te duele el país hoy?
–No me jodas. Yo soy de emociones muy fáciles. Me duele el país. Yo tengo nietos de 18, de 12 y de 11 años. Algo tiene que cambiar. Vienen mis nietos a verme, me observan con la máquina de oxígeno y les digo: “¿Ven cómo trabaja un muerto? Así tienen que luchar ustedes en la vida para cambiar las
cosas
”. Pero es muy, muy difícil, porque estamos rodeados de ejemplos que son todo lo contrario. Igual, yo sigo dando pelea.

Cuando aparece en el escenario con su capote negro, ellas deliran. Y gritan desesperadas cuando las califica de

Cuando aparece en el escenario con su capote negro, ellas deliran. Y gritan desesperadas cuando las califica de "insaciables" cada vez que le exigen una canción más.

Hace mucho que las mujeres no escuchan de otras bocas las cosas que yo les digo. Que no les hablan de amor, de pasión, de deseo…".">

"Hace mucho que las mujeres no escuchan de otras bocas las cosas que yo les digo. Que no les hablan de amor, de pasión, de deseo…".

¿Viste como salen las chicas? Como Favaloro después de haber hecho una operación exitosa del corazón. ¿Sabés la alegría que me da?", le confesó a René Sallas, de GENTE, después del show en su camarín durante la entrevista.">

"¿Viste como salen las chicas? Como Favaloro después de haber hecho una operación exitosa del corazón. ¿Sabés la alegría que me da?", le confesó a René Sallas, de GENTE, después del show en su camarín durante la entrevista.

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