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Asombra al mundo, y el mundo lo ama

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Al partir de Buenos Aires proa a Roma, en los umbrales de marzo, le preguntaron si sería el nuevo Papa, el número 266 desde que Pedro, el Pescador, por mandato de Cristo, edificó la Iglesia. “No lo creo; esta vez, la edad me juega en contra”, dijo: 76 años, y 77 el 17 de este diciembre. Cardenal, políglota –seis idiomas–, doctor en Química, Humanidades, Filosofía y Teología, no le faltaba chapa. Y aunque no lo dijo, algo más le jugaba en contra: es jesuita. Ningún hombre de esa orden, la Compañía de Jesús, se había sentado en la silla papal en dos mil años… Abordó el avión con un hábito sencillo, una pequeña valija con la Biblia, los enseres de afeitar y los mismos zapatones gastados con los que recorría la miseria de las villas porteñas. Se alojó en la Casa Santa Marta, un modesto hotel eclesiástico, y esperó…

LA FUMATA BLANCA. Pero, para sorpresa del mundo católico y no católico, el 13 de marzo, ya noche en Roma, la pequeña columna de humo blanco anuncio “Habemus papam”. Nombre: Jorge Mario Bergoglio, argentino y jesuita. Como él lo habrá dicho para sus adentros, en su lenguaje futbolero, “Gané el partido sobre la hora, y eso que empecé con dos goles en contra”. Primer acto y primeras palabras ante los 200 mil fieles que esperaban en la Plaza de San Pedro (y que luego se multiplicarían como los panes y los peces): “El poder del Papa es el servicio a los otros, y sobre todo, a los más pobres, los más débiles, a los más pequeños, al hambriento, al sediento, al desnudo, al enfermo, al encarcelado”.

POR QUE FRANCISCO. Eligió como nombre papal al mayor, más antiguo y más humilde de la historia: Francisco, il poverello d’Assisi. El que llamó hermano hasta al feroz lobo que depredaba una aldea a mediados del año 1200. Decidió que El Anillo del Pescador, por siglos de oro, fuera de plata. Se negó a vivir en el tercer piso del Palacio Vaticano: a casi diez meses de su asunción, sigue en la Casa Santa Marta, y pagando por su austera habitación. Rechazó la muceta (la capa roja) y la cruz pectoral dorada: sigue aferrado a su vieja cruz de hierro. Y detesta las limusinas: se mueve en autos comunes, y muy a su pesar, seguido por custodios… Para muchos escépticos, esas novedosas actitudes fueron simples anécdotas “populistas”, como las juzgaron. Pero su error se estrelló contra un muro cuando Francisco, ante periodistas de todo el mundo, dio el primer paso de un cambio profundo, y peligroso para los sectores conservadores vaticanos: “¡Cómo quisiera ver una Iglesia pobre y para los pobres, con pastores que abandonen sus cómodos sillones, salgan, y lleven la palabra de Cristo a todos los rincones del planeta! Porque en verdad, hoy veo a la Iglesia como un hospital de campaña luego de una batalla”.

Sin decirlo expresamente, señaló el rumbo de su papado destinado a cambiar, en un giro copernicano, la crisis de la Iglesia, que para él es una bomba de tiempo: crisis de fe, alejamiento de los fieles por ausencia de grandes ejemplos, y un rígido quietismo que exige una revolución en el mejor sentido de esa palabra.

EL EFECTO MAGNETICO. De pronto, la Plaza de San Pedro fue un imán. Desde la llegada de Francisco, aquellas 200 mil almas del día crecieron en progresión geométrica. Lo adoraron los creyentes, y ganó el respeto de los no creyentes de todo el mundo. A fines de julio, sus tres días en Brasil fueron el desiderátum: tres millones de fieles –mayoría de jóvenes: no fue un dato menor– vivieron acaso el más luminoso momento de sus vidas, a despecho del frío y la lluvia. Inagotable, como una sombra del Calvario, fue mucho más allá de las fuerzas de su cuerpo. Apenas durmió, besó y acarició a niños, a inválidos, a desesperados. Cien veces abandonó el papamóvil –sin blindaje– para acercarse a los miles que esperaban detrás de los alambrados. Tomó el mate que le alcanzaron manos anónimas. Desesperó a sus custodios, desafiando incluso un atentado como el que casi le cuesta la vida a Juan Pablo II. Al volver a Roma ya era, para la prensa y sus estadígrafos, uno de los hombres más influyentes del mundo. Y apenas había empezado…

EL TIMON POLITICO. Muy pronto para los lentos movimientos de la Iglesia, determinó otros cambios profundos. Nombró arzobispo de Buenos Aires a Marco Aurelio Poli, hasta entonces un casi ignoto cura de La Pampa, y su amigo y hombre de confianza, derrumbando la expectativa de otros sucesores lógicos. El Jueves Santo lavó los pies –acto inédito– de doce reclusos, y dio misa en un reformatorio de menores. Destituyó al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado y hombre clave del ala conservadora, y nombró para ese puesto a Pietro Parolín, que está en las antípodas políticas de su antecesor. Desplazó –previa cita y reto– al obispo alemán Franz-Peter Tebartz-van Elst por haber gastado 30 millones de euros en remodelar el palacio obispal. Barrió la oscura historia del Banco Vaticano, acusado de escándalos financieros y bajo investigación por lavado de dinero, nombrando como supervisor a monseñor Alfred Xuereb, su secretario personal, con orden de “vigilar y mantenerme informado”. Por supuesto, como todo hombre que demuele estructuras, ganó enemigos dentro de la Iglesia, que llegaron al extremo de calificarlo como “un papa comunista”. Pero no le importa. Cree en un viejo dicho francés: “Cada tanto hay que limpiar las caballerizas”.

BISTURI HASTA EL HUESO. Y fue, y sigue yendo cada día más allá. Recordemos… “La economía de la exclusión, y la inequidad, matan”. “Sufro por las mujeres reducidas a la servidumbre en la Iglesia”. “¿Quién soy yo para condenar a un gay?”. “¿Es justo negarles la comunión a los divorciados?” (hoy, tema de un duro debate en el Vaticano). “Jamás una guerra se arregla con otra guerra” (oponiéndose a una intervención militar en Siria). “Todas las religiones son nuestras hermanas”. “El fin del celibato no es imposible”. “La Iglesia necesita pastores con olor a oveja, no funcionarios de una multinacional, como desgraciadamente ocurre en muchos casos”.

EL NUEVO DICCIONARIO. Entretanto, ya son casi leyenda las fugas de Francisco, a cualquier hora del día y de la noche, sin custodia, vestido como un sencillo párroco de pueblo, para perderse en los extramuros vaticanos y acercar palabras de consuelo a los pobres, a los limosneros, a los sin techo ni pan ni abrigo…, encarnándose en un pastor con olor a oveja. Y en cuanto a sus palabras, se habla ya de bergoglismos: porteñismos que desconciertan a muchos, pero a los que no renuncia, como tampoco al humor o a San Lorenzo de Almagro. Aquí, parte de ese diccionario: primerear (“El Señor nos primerea”); balconear (“No balconeen la vida”); pasarse de rosca (“Esta civilización mundial se pasó de rosca”); “Pescar una idea” (alusión a Pedro), “Hagan lío” (a los jóvenes, en Brasil). Porteñismos, sí. Pero que empiezan a ser universales. Y que son mucho más que la cáscara de un gran cambio. Son su semilla.

Nada más exacto para definir a Francisco que esa locución latina que significa “Todo tuyo”. Porque eso es entre las multitudes que crecen a su paso: un hombre urbi et orbi que a cada paso sacude cimientos.

Nada más exacto para definir a Francisco que esa locución latina que significa “Todo tuyo”. Porque eso es entre las multitudes que crecen a su paso: un hombre urbi et orbi que a cada paso sacude cimientos.

El Jueves Santo lavó los pies de reclusos de un reformatorio.

El Jueves Santo lavó los pies de reclusos de un reformatorio.

“Fueron a buscar un Papa del fin del mundo, y lo encontraron. Rezaré por todos, pero les pido a todos que recen por mí”

“Fueron a buscar un Papa del fin del mundo, y lo encontraron. Rezaré por todos, pero les pido a todos que recen por mí”

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