A 40 años del atentado a Juan Pablo II – GENTE Online
 

Así lo contó GENTE: A 40 años del atentado a Juan Pablo II

El miércoles 13 de mayo de 1981 un hombre disparó contra la máxima figura de la Iglesia en la Plaza de San Pedro y acertó cuatro tiros, ante el estupor de los miles de fieles que fueron testigos involuntarios de un hecho impactante y aterrador.
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Juan Pablo II siempre se caracterizó por ser cercano con el pueblo, y esa fatídica tarde de 1981 no fue diferente. Segundos antes de que el mundo se conmocionara, el Papa levantó en brazos a una niña desde el jeep descubierto en el que se trasladaba.

La mano del diablo
A las 17:19 horas, Mehmet Ali Agca, un terrorista turco de 23 años que tenía en su bolsillo un papelito que decía “Yo, Agca, he matado al Papa para que el mundo pueda saber que hay miles de víctimas del imperialismo”, estiró su brazo en la Plaza de San Pedro empuñando una pistola semiautomática Browning calibre 9 milímetros.

Nadie se percató hasta que en el aire resonaron varios disparos: cuatro de ellos dieron de lleno en el jefe de la Iglesia Católica.

En ese instante, pasó a la historia de la manera más triste posible. Pocos sabían que su pasado ya lo condenaba: en 1978 había sido arrestado por participar en una masacre junto a los Lobos Grises (brazo armado del partido Acción Nacionalista turco) y en 1979 fue condenado a muerte por asesinar a sangre fría al periodista Abdi Ipekçi. El destino quiso que el 26 de noviembre de ese mismo año consiguiera escapar de una prisión de alta seguridad de Estambul con la complicidad de un grupo de oficiales.

El momento más dramático
Abatido por las balas, el Santo Padre se desplomó en los brazos de su secretario privado –monseñor Stanislaw Dziwisz–, quien vio que el dedo índice de su mano izquierda comenzaba a cubrirse de sangre como consecuencia del recorrido de una de las balas: penetró por el glúteo izquierdo, atravesó los intestinos, salió a la altura del ombligo e impactó en ese dedo.

“Sabía que se arriesgaba”
“El jeep con el cuerpo del Papa acelera y dobla a la izquierda, buscando desesperadamente la misma puerta por la cual salió minutos antes: el Arco de las Campanas. Cerca ya hay una ambulancia. El Papa es trasladado. Hoy, cuando han pasado casi seis días desde el atentado, tanta rapidez, tal celeridad en la operación de evacuación y la pronta llegada al policlínico Agostino Gemelli son tomados como datos concretos de la certeza del propio Juan Pablo II y de su cuerpo de seguridad sobre la posibilidad de un atentado contra el Pontífice en cualquier momento. ‘Sabía que se arriesgaba’ –dicen ahora en el Vaticano–, sin embargo jamás quiso estar lejos de la multitud’”, contó en la edición 826 de GENTE (publicada el 21 de mayo de 1981) Alberto Amato, el enviado de la revista que llegó a Roma cuando veinticinco mil almas miraban el trono de madera que había quedado simbólicamente vacío al pie de la escalinata que lleva a la Basílica de San Pedro. Hacía allí se dirigía el jeep, que debió volver sobre sus pasos.

Rezo por vos
Con la vida del Sumo Pontífice en manos de Dios, los fieles se congregaron en la Plaza de San Pedro y en muchas iglesias alrededor del mundo para rezar el Padrenuestro y el Ave María, derramar sus lágrimas y darse consuelo en esas horas tan oscuras. El mundo estaba en shock.

Incluso ella se conmovió
Nureyyen Agca, madre del hombre que quiso matar al Papa, recibió a los enviados especiales de GENTE en su modesta casa de barro y piedra de Yesiltepe, Turquía, y reconoció que le pidió a Alá por la salud del Pontífice católico. Sin saber leer ni escribir, ella se enteró de lo que había hecho su hijo a través de un diario que le leyeron. ¿Por qué lo hizo? “No lo sé, él era un chico muy bueno. Muy nervioso, pero muy bueno. Y un buen estudiante, por eso consiguió una beca para ir a Estambul. Estoy muy triste, muy apenada”, decía la mujer, que llevaba tres años sin ver a su hijo mayor y que una y otra vez veía sus fotos de niño, las mostraba a la periodista y al fotógrafo, y exclamaba: “¡Miren lo lindo que era! Seguramente se convirtió en un asesino porque era su destino. ¿Cómo puede uno cambiar su destino? Yo estoy destinada a vivir aquí, en medio de la pobreza y sé que aquí moriré… Y en esta casa, aunque todo el mundo lo odie, él siempre tendrá un lugar. Yo lo sigo queriendo”.

Perdió un tercio de su sangre
Seis minutos después del atentado, un llamado telefónico alertó al policlínico Agostino Gemelli de que el Obispo de Roma estaba llegando herido. Arribó a las 17:45, y a las 17:55 entró en la sala de operaciones. Allí descubrieron que una de las balas había pasado a milímetros de cuatro órganos vitales: la aorta, el bazo, la espina dorsal y la uretra. “Fue un milagro”, dijeron los médicos que lo intervinieron durante cinco horas y veinte minutos. Antes de que terminara el día, Juan Pablo II reabría sus ojos.

“Unido a Cristo, sacerdote y víctima, ofrendo mi sacrificio por la Iglesia y por el mundo. Agradezco conmovido sus plegarias y los bendigo a todos”

Juan Pablo II desde el hospital

El perdón más ejemplar
Sin lugar para el odio ni el resentimiento en su corazón, Karol Józef Wojtyła perdonó a Mehmet Ali Agca en su primer mensaje público –grabado en el hospital– diciendo: “Ruego por el hermano que me ha herido a quien he, sinceramente, perdonado”.

Dos años después, haciendo carne su palabra, se presentó en la cárcel romana de Rebibbia, Italia, para conversar con él en la celda blindada en la que cumplía su condena a cadena perpetua.

Sin testigos, pero con la puerta de la celda abierta por motivos de seguridad, los dos conversaron en italiano durante 21 minutos en voz baja, “como si se estuvieran confesando” –comentó luego Don Pastore, el vicedirector de la sala de prensa del Vaticano–. Aunque el contenido de la conversación no se llegó a revelar, en el momento de la despedida, cuando el Papa se puso de pie, Ali se arrodilló y le besó el anillo pastoral.

Por Kari Araujo
Fotos: Archivo Grupo Atlántida

Recopilación del material: Mónica Banyik

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