“Algún día le contaré a mis hijos que fui la primera en hacer cumbre” – GENTE Online
 

“Algún día le contaré a mis hijos que fui la primera en hacer cumbre”

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Mamá, papá! ¡Llegamos, llegamos...! ¡Estamos en la cumbre! ¡No lo puedo creer! ¡Hay un sol espectacular! ¡Los quiero mucho!”.

Era el martes 19 de mayo, nueve de la noche en la Argentina, y con la voz quebrada por la emoción, Mercedes Noel Sahores Rosauer (34) se comunicó con sus padres vía teléfono satelital desde la cordillera del Himalaya, a más de 17 mil kilómetros de distancia.

Esas diecinueve palabras sirvieron para dos cosas. La primera, para dejar tranquilos a Luis (60) y Martha (58), los papás y empresarios (son dueños de una cadena de 32 supermercados en la provincia de Neuquén) de esta licenciada en Biología y amante de los deportes extremos. Y la segunda, aquella que quedará en la historia, para confirmar que desde ese día –desde ese momento–, Mercedes se convirtió en la primera argentina en escalar el Monte Everest, con sus 8.844 metros el pico más alto del planeta. El Techo del Mundo.

HISTORIA DE UNA HEROINA. Mercedes, Tety para todos sus amigos, nació el 24 de septiembre de 1974 en la provincia de Neuquén. Quizá fue ser la menor de cuatro hermanos –Alfonso, de 36 años, experto esquiador; María Marta, de 35, hoy vive en los Estados Unidos, y Minino, el mayor, gran esquiador también, fallecido a los 20 años por leucemia– lo que la llevó, desde siempre, a buscar destacarse sobre ellos. Y aquella dedicación por sobresalir quedó patente enseguida. A los nueve años heredó a Relincho, un precioso alazán, y según cuenta la gente del club de campo de Neuquén, “nadie hizo lucir tanto al caballo de la familia como ella”. Muchos aseguran que fue ahí, montando, que le perdió el miedo a todo. Después, cuando terminaba de cabalgar, como sus papás y sus hermanos jugaban al tenis, ella también agarraba y ensayaba tiros ganadores para poder vencerlos.

“Sí. Ella es así, una suicida: no le tiene miedo a nada. Un día llega y te dice que se va a escalar el Everest con la misma naturalidad con la que un hijo te dice ‘pa, me voy de vacaciones a Mar del Plata’. Y los que nos quedamos temblando somos mi señora y yo que, hasta que no nos llama para decirnos que está bien, estamos con el corazón en la boca”, cuenta Luis María, sentado en su oficina, donde luce orgulloso un retrato de Mercedes en la pantalla de la computadora. Pero el fanatismo por su hija no se detiene ahí. Su escritorio está tapizado de fotos en las que se puede ver a la benjamina de la familia realizando esquí, ciclismo, pedestrismo, kayak, entre otros deportes. Su amor por la naturaleza la impulsó a estudiar Biología en Buenos Aires. Tras recibirse en el 2001, realizó una pasantía en el Centro de Aves de Mc Gill, en Montreal, Canadá.

De regreso en el país trabajó en el Zoológico porteño, como parte del equipo que propuso el proyecto de preservación Cóndor Andino. ¿Objetivo? Lograr la gestación, cría y posterior liberación de esas aves. Hace siete años, en su tarea de preservación, viajó hasta la zona del Valle Encantado, en Bariloche, se enamoró del lugar y se quedó a vivir allí. Se especializó en pedestrismo, kayak, atletismo, esquí de montaña, y enseguida comenzaron las carreras de aventura en Nueva Zelanda, Australia, Chile, Uruguay y Estados Unidos. “Esas competencias de aventura son infernales; creo que es mucho más duro que escalar el Everest. Porque hay que estar días enteros corriendo sin parar. Por eso, aunque me agarró un poquito de miedo, sabía que Tety lo iba a lograr. La flaca tiene la capacidad, la fuerza y la cabeza para hacerlo”, asegura el padre.

¿Cómo fue la experiencia de escalar el Techo del Mundo? Mercedes se lo cuenta a GENTE vía e-mail, la mejor manera de terminar la nota con esta mujer que hoy está en boca de todos.

–¿Cómo nació la idea del viaje?
–Fue todo muy raro, casi de casualidad. Yo me estaba por ir a Perú, y el 18 de marzo vino Damián Benegas, un guía amigo, y me propuso ir. Faltaba nada para el viaje, así que tuve que decidir todo muy rápido…

–¿Qué fue lo que más te sedujo?
–Y, la verdad que el Everest me sonó demasiado, pero era una muy buena oportunidad. Yo sabía que era ahora o nunca. Hablé con mis viejos, junté toda la plata que había ahorrado en la temporada frutícola y les pedí que me prestaran lo que me faltaba. Después hablé con la gente de The North Face, una empresa de indumentaria de montaña, que me dio parte del equipo, y partí.

–¿Y el viaje qué tal fue?
–¡Durísimo! Salimos el 30 de marzo con Damián y su hermano Willie, quien ya había subido ocho veces el Everest, rumbo a Nueva York. De ahí hicimos: Los Angeles, Bangkok y Katmandú, donde nos reunimos con el guía estadounidense Eugene Rehfeld, de 64 años, y con Johny Collinson, que el miércoles se convirtió en el americano más joven en alcanzar el Techo del Mundo, con apenas 17 años. Emprendimos el vuelo a Lukla y de allí a Namche, en Nepal, la última ciudad antes del Everest, a 3.400 metros. Luego, caminamos hasta el campamento base en Lobuche, mientras varios porteadores nos trasladaban las provisiones y el equipo para el ascenso. Durante todo abril realizamos caminatas a una altura cada vez mayor, para ir aclimatándonos.

–Contanos cómo fueron esos días.
–Lindos, pero muy cansadores. La vida en el campamento se hace medio larga, pero te sirve para conocer mucha gente. Después salís muy temprano a la mañana. Cuando volvés sólo te quedan ganas para comer e irte a la carpa a descansar, leer, escuchar música o mirar una peli en el iPod.

–¿Te costó la aclimatación? Es el principal enemigo de los escaladores, ¿verdad?
–Al principio nos costó a todos. La primera noche en el campamento Base II fue muy dura para todos. Nos dolía la cabeza, nos costaba mucho respirar y casi no podíamos dormir. Afuera de la carpa las temperaturas llegaban a 15 grados bajo cero. Y llegó el asalto final. El viernes 15 salimos del campamento base y partimos al II. Ahí descansamos un día y el domingo fuimos a un campamento superior, en el que tuvimos que dormir con oxígeno. Luego seguimos hasta el campamento IV, y como la misma noche del lunes encontramos una ventana de buen tiempo, descansamos unas horas y partimos para hacer cumbre.

–¿Cuál era tu principal temor?
–¡Que fallaran los tubos de oxígeno! Porque si te llega a pasar eso, no tenés ninguna chance. Después, sabía que eran once horas durísimas, pero que iba a valer la pena.

–¿Qué se siente al hacer cumbre?
–Un calor y una emoción que me brotaron del alma. No sabía si llorar, abrazar a Damián y a Willie o tirarme en la montaña. Nos sacamos fotos, hicimos un par de llamados y bajamos rápido. Los expertos recomiendan no estar más de media hora en la cima, por el tema de la altura y la oxigenación.

–¿Te pusiste a pensar que sos la primera mujer argentina en lograrlo?
–Sí, y me pone feliz y contenta. Es un orgullo. Pero sé que gran parte de esto se lo debo a mi familia y a mis amigos. Sin ellos nada hubiera sido posible. Sé que algún día le contaré a mis hijos que fui la primera argentina en hacer cumbre en el Everest. Será más adelante, claro, porque estoy soltera y sin novio. Ahora, no veo el momento de volver a la Patagonia para tomarme unos mates con mis viejos, abrazarme, mirar las fotos y llorar con todos. La primera foto de Tety (centro) y parte del equipo que la acompañó: Johnny Collinson –17– (izquierda) y el guía Damián Banegas.

La primera foto de Tety (centro) y parte del equipo que la acompañó: Johnny Collinson –17– (izquierda) y el guía Damián Banegas.

Postal de una noche en el campamento número II. A pesar de la falta de aire y el dolor de cabeza que sufrieron todos, Mercedes se tomó su tiempo para hacer esta foto con la luz de la Luna.

Postal de una noche en el campamento número II. A pesar de la falta de aire y el dolor de cabeza que sufrieron todos, Mercedes se tomó su tiempo para hacer esta foto con la luz de la Luna.

Tety sobre el camino al campamento número IV. Ya falta poco...

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