«A mi pibe le dije que para ser el mejor hay que olvidarse del alcohol, la noche y las minas» – GENTE Online
 

"A mi pibe le dije que para ser el mejor hay que olvidarse del alcohol, la noche y las minas"

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Están a 70 kilómetros de Buenos Aires, en el Club Social de Brandsen,
la ciudad que los vio nacer y crecer a los dos. Pero hoy, las 1800 personas que
rodean el ring no corean el nombre del padre, sino el del hijo. No será
el famoso Látigo Coggi (43) quien se ponga los guantes esta vez, sino su
heredero. No alentarán los triunfos del zurdo que fuera campeón mundial welter
junior en tres ocasiones (1987/1990, 1993/1994 y 1996), sino el debut
profesional de El Principito. Sí, Martín Antonio Coggi (21) ya tiene alias. Y se
lo pusieron en el box, el ambiente que respira y suda desde la cuna.

La lona del cuadrilátero está sucia y el polvillo se mezcló con las gotas de
sangre de la pelea anterior. Ahora nos aturde la guitarra del mismísimo Slash
de los Guns N' Roses con Welcome to the Jungle; es la señal de que
El Pibe está por aparecer en escena. "Estás en la jungla y vas a morir",
se escucha la voz de Axl Rose. Acá no se apagan las luces como en Las Vegas, ni
se encienden dos llamaradas de fuego, simplemente se abre la puerta oxidada de
una cancha de bochas devenida en vestuario, y los rivales salen envueltos en
batas que desbordan lentejuelas. Eso sí, el pantalón de Coggi Junior no es
cualquiera: luce el que su padre guarda celosamente desde el 29 de mayo de 1999,
cuando peleó con Michele Piccirillo, intentando conquistar el título mundial
welter; entonces, Látigo vendió cara su derrota y puso un digno broche final a
sus diecisiete años de boxeador profesional. Sí, Martín luce muy bien el
pantalón paterno… Y la emoción del debut le durará apenas nueve minutos.
En el tercer round el entrenador de su rival, el santafesino Rubén Rojas (21),
tirará la toalla para que El Principito gane cómodamente su primera gran
pelea. Ahora, todavía sudado, el hijo de Látigo se enfrenta al grabador de
GENTE.

-Diste un show que aportó mucho al espectáculo…
-Que la velada fuera una fiesta total dependía mucho de mí; por eso le puse
un poco de color. Cuando canté el himno con mi viejo se me puso la piel de
gallina. "Si me querés ganar me vas a tener que matar", pensé en ese
momento.

-A vos te gustan mucho los recitales. ¿Te sentiste una especie de rock
star?
-Cuando estoy peleando me siento como una estrella de rock, porque arriba
del ring soy el protagonista del espectáculo, aunque tenga un equipo
atrás. En ese sentido, me identifico con un cantante: el Mono, de Kapanga.

-Tu viejo era más sobrio en ese sentido…
-Es que él es un Coggi versión blanco y negro y yo soy la versión DVD.
Escuché por ahí que obtuve un triunfo para soñar. Pero, ojalá pueda alcanzar la
mitad de lo que él logró.

Un día después, padre e hijo se animan a una charla sincera. Están en Martinetti
Internacional, un gimnasio céntrico de la Capital Federal, donde entrenan día a
día. Juan Martín, el padre, demostrará quién sigue mandando arriba y abajo del
ring. Ese es su oficio hoy, preparar futuros campeones.

-Látigo, ¿se le cumplió el sueño?
Látigo: -Yo no quería que el pibe sea boxeador.
Principito: -Empecé a entrenar a escondidas; iba al gimnasio de Cañete López, un
amigo de mi viejo. Pero a la larga lo convencí.

-¿Cómo fue?
Principito
: -Me sometió a un bautismo de fuego. El día que mi viejo aceptó
que me dedicara a esto me paró contra un amateur que tenía 16 peleas. Me partió
el tabique, pero no me bajé nunca del ring, porque sabía que era la única
chance que tenía de convencerlo de que el box también era lo mío. "¿Querés
ser boxeador? ¡Demostrame que podés
!", me gritaba desde abajo mientras me
sangraba la nariz.
Látigo: -No, si te iba a mandar a Corte y Confección… Boxeador se nace,
no se hace. Y el pibe me demostró que nació; si no, no habría permitido esto. Si
lo induje, fue inconscientemente. La vida del boxeador es muy dura. El boxeador
está muy cerca de la marginalidad y la pobreza, vive el hambre y el frío. Las
limitaciones y la calle te hacen violento…
Principito: -Pero también se pueden tener otras vivencias…
Látigo: -¡Dejame llegar a esa faceta! De muy chico fui muy violento, me
peleaba en la calle. A los once años me llevaron al neuropsiquiátrico Melchor
Romero
porque decían que estaba loco.
Principito: -Y se equivocaron al largarte... (Risas).
Látigo: -Cuando empecé a entrenar, el boxeo me sacó toda la violencia, me
hizo más persona. Vos tenés la seguridad de que sos más que cualquiera en la
calle, entonces no peleás. Siempre quise alejar a Martín de ese lugar y de
repente me dice: "¡Papá, quiero boxear!". ¿Qué me perdí?...
Principito: -Lo que pasa es que yo me juntaba con mis compañeros de
colegio, nos encerrábamos en la habitación, subíamos la música y nos matábamos a
piñas… Nunca me le achiqué a nadie, pero eso él nunca lo vio. Muchas veces,
después de esas peleas me quedaba desvelado soñando con un debut profesional o
con pelear en Las Vegas.
Látigo: -Cuando me preguntó, las primeras dos veces le dije que no. El se
puso a llorar, y yo me acordé de cuando mi padre no me dejaba boxear…

-Martín, tenés 36 peleas ganadas como superligero, contando una de
profesional. Y con las mujeres, ¿cómo te va?
Principito: -Tengo tres: mi hermana, mi vieja y mi abuela (Se ríe otra
vez, como en toda la entrevista).
Látigo: -En ese sentido, el tiempo de él tiene que ser muy limitado.
Junto a Carlos Martinetti -el dueño del gimnasio donde entrena Martín-,
trabajamos en mentalizarlos y educarlos como deportistas. Yo soy su padre, su
entrenador y su consejero. Lo primero que le dije a Martín fue: "Si querés
ser el mejor, olvidate del alcohol, la noche y las minas
".

-¿Vos pensás igual?
Principito
: -No sé si voy a lograrlo, pero me estoy preparando para ser
campeón mundial, como mi viejo… Pero la verdad que le haría un tirito a la
Jelinek (Karina, la modelo cordobesa).

-¿Y no probaste llamarla por teléfono?
Látigo
: -Este viene a meter cizaña... Pero se puede luchar contra la
corriente. El es un potrillo de carrera. Al pura sangre le ponen pinches en la
panza para que conserve su energía sexual. El es igual, hay que esposarlo para
que tenga toda la polenta arriba del ring. Martín tiene que estar entrenado para
que el rival se preocupe por él. Cuando yo era campeón del mundo todos querían
ganarme, y hoy van a querer voltearlo a él por portación de apellido, nada más
ni nada menos.

-¿Pesa el apellido, Martín?
Principito
: -No, lo llevo bien. Trabajo mucho con mi psicóloga para que no
sea una presión.

-Y si ustedes se subieran al ring ahora… ¿quién gana?
Principito
: -Me va a ganar, pero porque le tengo lástima. No le puedo pegar
a un viejito…
Látigo: -Mirá que el viejito tiene muchas mañas. No va a ser la primera
vez que llevo a alguien para el rincón y le piso la bota. Esa era una de mis
características.
Principito: -Pero te corre una gran desventaja: te conozco como nadie.
Látigo: -(Ríe) ¿Me estás desafiando?
Principito: -(A carcajadas) ¿Por qué no?

Martín Principito Coggi siguió los pasos de su padre, el legendario Látigo, cuya imagen se tatuó en la espalda. Antes del debut confió:

Martín Principito Coggi siguió los pasos de su padre, el legendario Látigo, cuya imagen se tatuó en la espalda. Antes del debut confió: "No voy a parar hasta convertirme en el campeón del mundo, como mi viejo. El fue y es mi ídolo, mi ejemplo desde siempre".

Un clásico.  Látigo festeja la victoria de su hijo Martín llevándolo en andas.

Un clásico. Látigo festeja la victoria de su hijo Martín llevándolo en andas.

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